viernes, 6 de mayo de 2016

DE NECEDADES, CAJONES DE MADERA Y AURRESKUS.


Decía John Stuckman que: “La necedad y la ignorancia son inaceptables en todo momento, excepto en la propia muerte”. Y debía tener algo de razón el bueno de Stuckman, puesto que él mismo acabó sus días rodeado de ingentes cantidades de libros, pero reconociendo que jamás había leído uno de ellos, lo cual no impidió que llegara a ser uno de los más reconocidos politólogos de la época victoriana.

 

Por aquella época, afortunadamente, no existía la televisión y la radio, y los tertulianos quedaban restringidos a selectos club de caballeros y a anodinos periódicos donde,  ¡oh!, ¡asómbrense!, primaba más la información que la opinión, al menos de forma regular, y la única influencia que podía tener la gente que se agolpaba en oscuras fábricas y en lúgubres fumaderos de opio, provenía de los vociferantes predecesores políticosindicales que,  subidos a un cajón de madera, llamaban de forma vehemente a la siempre intangible lucha de clases.

 

Tal vez en nuestra parodiada actualidad, carga de colores influyentes, discursos revisados y medidas camisetas de Carrefour, deberíamos optar por subir a nuestros políticos, desnudos de asesores y opinadores, de lameculos y fetichistas del poder, y simplemente auparlos a un cajón de madera y, sin papeles cargados de tintas efectistas, dejar que su natural verborrea se desparrame entre los oídos cansados de la gente, sin más artificio, que el temblor nervioso de sus labios.

 

Eso y hacerles firmar lo que prometan con sangre, un vínculo sagrado e indestructible entre un representante del pueblo y su pueblo, y si el incumplimiento es continuado e insostenible, lapidación pública con calcetines usados y paseo de la vergüenza, des nudos, por las calles de la capital, tocando a arrebato y bien acompañados por un grupo de dantzari ejecutando tras ellos un singular aurreskucon incontables puntapiés en sus fofos culos deformados por el sillón de polipiel.

 

Tal vez nunca progresaríamos como país independiente, moderno y perspicaz, pero lo que nos íbamos a reír no tendría precio, y libre de IVA y de Euribor.

Imagino largos pasillos de venerables pensionistas, garrota en mano, formando un locuaz túnel de madera, dispuestos a desfogar sus frustraciones de ancianos furibundos, sobre los abotargados lomos del político infractor.

O a esas madres, de rulo en ristre, que desde las gradas montadas a tal efecto en el paseo del Prado, blandirían sus cuarteadas zapatillas de casa, listas para arrojarlas, con efecto boomerang, sobre las alopécicas coronillas de los ministros salientes, dolientes e, inexcusablemente, plañideros.

 

Y todo esto venía a colación de hablar de los tertulianos, esos seres enrarecidos, enardecidos, victoriosos siempre y que lo mismo te opinan de la socialdemocracia centroeuropea, como te disertan, sin despeinar sus peluquines teñidos, sobre un fuera de juego medido con cartabón y escuadra, incluso aunque no hablen de fútbol.

 

Tertulianos que no solo opinan, si no que crean opinión, muchas veces tan insípida como desmedida. Y los hay de toda clase y disciplina. Hay tertulianos conocidos de micrófono y cámara en rostro, tertulianos de bar que sirven de altavoz distorsionado de lo que les gusta escuchar y cuyo cerebro filtra alabanzas y deslices en función de su propia opinión tergiversada. Existen tertulianos de peluquería y sala de espera del médico, tertulianos rosas, abanderados de la estupidez más sibilina y caótica, tertulianos amarillos e incluso tertulianos salmón, que no son capaces, ni de remontar el río que les vio nacer, más por aburrimiento ajeno, que por falta de carácter.

 

¿Y qué pinta en todo esto el bueno de John Stuckman? Nada en absoluto, porque como habrán descubierto los más avispados, y los que se hayan preocupado de buscar  en internet al desleído politólogo victoriano, dicho personaje no existe más que en la caótica cabeza de quien les escribe. Ni la cita es de nadie, más que mía propia, ni tampoco se le puede encontrar a la misma mucho sentido, la verdad. Tan sólo los puse ahí, al fantasmal personaje y a su inexistente verborrea, para demostrarles, ávidos lectores, que cualquier texto que comience con una cita, puede llegar a ser mucho más interesante, o al menos dar apariencia de que, quién les embelesa desde las palabras, parece mucho más listo y preparado de lo que realmente es.

 

No se dejen llevar por las apariencias, no sucumban a las palabras rebuscadas y ornamentales, no se dejen influir por las onomatopeyas y las hipérboles desmedidas. Dejen que su propio juicio sea eso mismo, suyo propio y aspiren a ser ustedes mismos, los propios tertulianos de su mente.

 

Feliz fin de semana y prósperos sueños.

3 comentarios:

  1. Pues cómo siempre digo, me encanta leer todo lo que publicas.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Y a mi ver todo lo que haces. Cuánto arte tienes. Besos.

      Eliminar
    2. Y a mi ver todo lo que haces. Cuánto arte tienes. Besos.

      Eliminar